“Guerra sucia” y “golpes bajos” parecen haber descarrilado lo que parecía una designación anunciada del nuevo rector .
José Narro se habría convertido en un aspirante incómodo porque diversos centros de poder real no confían en él
El proceso de designación del nuevo rector de la UNAM entrará en la recta final en los próximos días —una vez que concluya la decisiva fase de auscultación de aspirantes que realiza la Junta de Gobierno—, y en tanto se acerca el momento en el que saldrá el “humo blanco” del cónclave de los 15, se enturbia el clima político que caracteriza una decisión como esa.
Y es que la designación del sucesor de Juan Ramón de la Fuente —como lo dijimos aquí en dos momentos— está muy lejos de ser un proceso al estilo de los registrados en los tiempos de la hegemonía de los gobiernos del PRI, en donde era evidente la influencia del poder y hasta la grosera mano del priísmo en los destinos de la máxima casa de estudios.
Hoy, ya sin el PRI en el poder presidencial, en los tiempos de la alternancia y el pluralismo, el puñado de destacados universitarios sobre los que recae la nada sencilla responsabilidad de designar al nuevo rector no tiene sobre sus hombros esa presión del poder. Sin embargo, el vacío político que dejó la hoy inexistente mano del PRI en la UNAM —en política, como en la capilaridad, los vacíos no existen— fue ocupado por otras expresiones no menos fortalecidas e influyentes, que según no pocos, han sido capaces de alterar lo que parecía una sucesión pactada.
En efecto, la mano del presidente priísta en turno ya no está presente en la designación del nuevo rector, pero en la UNAM sigue viva la vieja cultura de un PRI que contaminó casi todas las expresiones de la lucha por el poder. Y el poder que se disputa en el Pedregal no es la excepción. Por eso, en los meses, semanas y días previos a que salga el “humo blanco” del cónclave de los “notables”, han menudeado las campañas negras, “la guerra sucia”, los intereses facciosos y, por supuesto, golpes bajos.
Y de esa guerra de acarreos, expresiones clientelares, promesas anticipadas, apoyos logísticos y económicos poco claros, presiones para estampar la rúbrica en largas listas de “abajofirmantes”, y demás linduras de avejentado cuño tricolor, no se puede excluir a ninguno de los ocho finalistas: José Narro, José Antonio de la Peña, Luis Javier Garrido, Gerardo Ferrando Bravo, Rosaura Ruiz, Fernando Serrano Migallón, Fernando Pérez Correa y Diego Valadés. Todos hacen su lucha, se mueven, establecen alianzas y acuerdos que coagulan las posiciones en dos grandes propuestas; el continuismo de las directrices del saliente Juan Ramón de la Fuente, o un cambio radical hacia una moderna concepción de autonomía; democrática y transparente.
Pero algo extraño, poco claro, está ocurriendo en torno a la decisión que deberán tomar los “notables”. Resulta que la “guerra sucia” y los “golpes bajos” parecen haber descarrilado lo que parecía una designación anunciada. Es decir, que el llamado “delfín” de De la Fuente, el doctor José Narro, se habría convertido para algunos de los “notables” de la Junta de Gobierno en un aspirante incómodo. ¿Por qué? Porque diversos centros de poder político y público reales no confían en él. ¿Esa desconfianza será un factor a considerar